“Tengo una mejor postura y siento que las piernas me pesan menos al moverlas. Hablo con más claridad y se me entiende mejor. Solía atragantarme mucho, tosiendo constantemente, sobre todo con líquidos. Mi respiración no es tan elaborada y ruidosa. Estoy de mejor humor y más relajada por las noches.”
Esther, 46 años, ataxia de Friedreich